Más Amor Pedagógico… Amoríos Pedagógicos y Desamores Pedagógicos
Raúl Oswaldo Corona Fuentes
A Fernanda Gabriela y Fernando Gabriel
Más amor pedagógico, pero de verdad más. Es la sentencia que recorre este trabajo de nuestro amigo y compilador Gerardo Meneses. Y es que la época actual que vivimos y compartimos nos exige, nos pide, a través de las metáforas y escenas más absurdas acabar con el amor. En la soledad de la escuela, almas al desnudo, insisten, deambulan y gracias al ejercicio del poder, dejan de ser, dejan de desear, no son más que un ladrillo en la pared, no son más que la estadística fallida de los burócratas, que tras su escritorio, tienen las ocurrencias más sofisticadas e infames que nos podamos imaginar, la racionalidad burócrata se agota en los oficios que recibimos y que nos interpelan en nuestras actividades diarias, prohibido imaginar, prohibido gozar, el amor ¡olvídenlo! No hay tiempo para ello porque ya no hay tiempo para nada, el tiempo dejó de ser y dejó de ser ocio. No hay que perder el tiempo, debemos ser y deberás ser práctico, útil, productivo, claro si es que deseamos ser alguien que soñó papá o mamá, o ¿un sueño de quien? Por cierto, ¿quien me habrá soñado qué me heredó su tristeza, su falta de amor, su odio? No hay completud en la escuela y quizá no la habrá por un buen tiempo, pues ya es más fácil que sea a distancia nuestro encuentro, nos conectamos a las 7 y trabajamos juntos, cada quien en su máquina. ¡Lástima! por un par de horas no veré los videos de Youtube, ni las fotos y chismes del Facebook más candentes. La posmodernidad se ha quedado atrás y ¿nosotros donde? No tenemos un lugar que nos sostenga, pues existencialmente dejamos de existir y pedagógicamente perdimos el sentido, estamos extraviados en las políticas educativas, tratando de ocupar el mejor lugar para competir o peor aun para ver las competencias educativas desde afuera ¿Y si se trata de competencias, quien ganará? Parece un hándicap, pero no, las cartas ya están echadas y dios juega a los dados, pero resulta que también ya están cargados: ni trabajo, ni escuela, al fin ninis, y sólo ninis, ¡Qué nombrecito! ¡Estupenda ocurrencia de la burocracia y de algunos investigadores! ya ven y nosotros dándole vueltas al asunto, y resulta que ellos ya se sabían por lo menos el nombre: ninis. ¿O no seré yo un mal pensado y resentido y hasta envidioso? ¿No será ya la nueva tribu urbana o cultura juvenil de los años dosmiles como dice toño esquinca? ¿Me pregunto si no serán ninis también nuestros políticos hacedores de políticas o nuestros elitistas juveno-logos investigadores del sni? Mientras lo nini nos alcanza, pensemos entonces en la alteridad que dejó de ser otro, la pedagogía y la formación mueren sin lo otro. La performatividad contemporánea en la escuela anula al otro, es nuevamente la escuela de los 400 golpes la que opera como verdadera ortopedia educativa, matando al otro y muriendo con el otro, en la disciplina, en las tecnologías, en las competencias. ¡Hay que tiempos aquellos! Hoy los días barruntados por la posmodernidad, nos dejan poquitito al descubierto, por ello creo que sin duda, más amor pedagógico es el mejor diagnóstico del amor en los tiempos de cólera provocado por algunos culeros como ya lo he señalado. Este libro que en su portada tiene unas metáforas (al caso de hoy, unas escenas) y que atinadamente las acompaña un corazón para que las podamos entender:
Y si de plano no las entendemos, pues asociemos libremente:
Odio
Odio del maestro por ir a la escuela a dar clase, porque éste es su trabajo, seguramente porque no le quedó de otra. Odio del estudiante, pues en la mayoría de las veces lo mandan con la seguridad de que para algo le ha de servir, por lo menos eso decía papá y mamá. La escuela del odio y el odio en la escuela, se nos enseña a odiar, y el odio nos gana en la enseñanza, el odio, pasión inefable y siempre cotidiana.
Ira
Derivada de la anterior, la ira se presenta a la menor provocación ¡No me busques porque me encuentras! Ira, enojo, encolerizamiento, la escuela se llena de ello. Iras sin resolver se descargan contra los sujetos pedagógicos, el maestro, el estudiante, el directivo, cualquiera es blanco de la ira incontenible. El pase de lista, la participación, el examen, la tarea, la exposición, el informe, el programa; cualquier experiencia nos pone en el camino de la ira ¡Y mira que te lo digo en buena onda, para la otra estas reprobado, te suspendo o de plano te expulso! Por favor no me provoques…
Miedo
Gracias a la presencia del alcoholímetro, conocimos la sentencia que mejor define a la actualidad: ¡tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo! El miedo tiene rostro y en la escuela es donde mejor se materializa. Miedo, mucho miedo y otra vez miedo, del maestro, del estudiante, del directivo. Reconozco que no entiendo bien esta pasión, de cómo la vamos adquiriendo, y eso que hace mucho tiempo en la dirección de la primaria donde estudié me dieron un jalón de patilla y diez borradorazos en la palma de la mano, claro que para la otra ya me porté mejor. Cuando llego al salón veo el miedo en el estudiante, que previamente ha sido ya educado en el miedo. ¿Será acaso que también hay miedo de perderle miedo al miedo?
Desconsuelo
La escena es de cada año que inicia el ciclo escolar: el pequeño escolar que no quiere por nada del mundo entrar a ese lugar. El dolor, el drama, la tragedia de entrar a la escuela, nos deja con la duda de cómo es este comienzo que alude a la separación, educar para la vida, escena de la orfandad, de la soledad ante ese enorme espacio ¿cómo contener tantas emociones, si ya nos piden que tomemos distancia por tiempos y a avancemos en fila nuestro salón? En otro memento posterior, al matricularnos en la universidad, estamos ante un salón lleno de desconocidos, ¡Qué imaginarios! ¡Qué fantasías! Y la tragedia apenas comienza…
Sensibilidad
Humanos demasiado humanos, educastradores y pedagogía pervertida. Todo cabe en un salón sabiéndolo clasificar. Una vez diseñado el plan del ciclo escolar, nada nos puede fallar. La sensibilidad de cada quien es susceptible para el trabajo grupal, las pasiones y los deseos establecen un quiebre con los encargos de la institución, no podemos ser más que la autoridad, el maestro representa eso y más, también él se la juega, o está con el grupo o está con la institución. Al maestro con cariño y al maestro se le terminó el cariño. La institución es dura, cruel, su fantasmática pesa más y no hay vuelta de hoja, necesitamos ponernos la camiseta más vale tarde que nunca, pero si es antes mejor…
Presentimiento
A final de cuentas y después de todo la escuela no es tan mala. Ya papá y mamá decían que era por nuestro bien, no lo olvidemos, ya le agarramos el modo y cada quien puede dar testimonio de su mejor época escolar; para algunos la secundaria, para otros la prepa, la universidad, etc. Claro pues teníamos el presentimiento y la sospecha de que algo bueno sucedería: no solamente sabemos quién es Platón, sino que conocí a mi banda, a mi primer amor, mi primer desamor. Descubrí que algunos maestros son mejor que mi papá y no lo sé, pero en una de esas yo también seré maestro, cada quien presiente y asume, son goces como quiere.
Música
¡Qué rock con la escuela! Desde el espíritu de la tragedia, pasando por el coro y los ditirambos, la presencia de Dionisios amenaza a la institución. La contracultura comienza en lo escolar, rebeldes con causa y sin causa, no hay problema, se trata de aprovechar las posibilidades de la fuga; resistimos musicalmente, pensamos en cómo hacer que la escuela tenga ritmo, necesitamos hacer musical nuestra estancia, con bromas, vaciladas, idas de pinta. Pero también nos damos cuenta que a otros les gusta la misma música que a mí: trovadores, rupestres, punks, darks, cumbiancheros, reggetoneros, etc. El silencio en la escuela es musical…
Poesía
Al principio fue la palabra. Las palabras y las cosas, las metáforas y las metonimias, el significado y el significante, confieso que he vivido, las causas, decir hacer, el aleph, las ruinas circulares, la lengua de las mariposas, la fiesta de la palabra, confieso que he nacido. Somos metáfora de nosotros mismos, sujetos del lenguaje y del inconsciente, de rodillas ante Holderlin poéticamente habitamos el lenguaje, la pedagogía es poesía sin concluir.
Odio
Odio del maestro por ir a la escuela a dar clase, porque éste es su trabajo, seguramente porque no le quedó de otra. Odio del estudiante, pues en la mayoría de las veces lo mandan con la seguridad de que para algo le ha de servir, por lo menos eso decía papá y mamá. La escuela del odio y el odio en la escuela, se nos enseña a odiar, y el odio nos gana en la enseñanza, el odio, pasión inefable y siempre cotidiana.
Ira
Derivada de la anterior, la ira se presenta a la menor provocación ¡No me busques porque me encuentras! Ira, enojo, encolerizamiento, la escuela se llena de ello. Iras sin resolver se descargan contra los sujetos pedagógicos, el maestro, el estudiante, el directivo, cualquiera es blanco de la ira incontenible. El pase de lista, la participación, el examen, la tarea, la exposición, el informe, el programa; cualquier experiencia nos pone en el camino de la ira ¡Y mira que te lo digo en buena onda, para la otra estas reprobado, te suspendo o de plano te expulso! Por favor no me provoques…
Miedo
Gracias a la presencia del alcoholímetro, conocimos la sentencia que mejor define a la actualidad: ¡tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo! El miedo tiene rostro y en la escuela es donde mejor se materializa. Miedo, mucho miedo y otra vez miedo, del maestro, del estudiante, del directivo. Reconozco que no entiendo bien esta pasión, de cómo la vamos adquiriendo, y eso que hace mucho tiempo en la dirección de la primaria donde estudié me dieron un jalón de patilla y diez borradorazos en la palma de la mano, claro que para la otra ya me porté mejor. Cuando llego al salón veo el miedo en el estudiante, que previamente ha sido ya educado en el miedo. ¿Será acaso que también hay miedo de perderle miedo al miedo?
Desconsuelo
La escena es de cada año que inicia el ciclo escolar: el pequeño escolar que no quiere por nada del mundo entrar a ese lugar. El dolor, el drama, la tragedia de entrar a la escuela, nos deja con la duda de cómo es este comienzo que alude a la separación, educar para la vida, escena de la orfandad, de la soledad ante ese enorme espacio ¿cómo contener tantas emociones, si ya nos piden que tomemos distancia por tiempos y a avancemos en fila nuestro salón? En otro memento posterior, al matricularnos en la universidad, estamos ante un salón lleno de desconocidos, ¡Qué imaginarios! ¡Qué fantasías! Y la tragedia apenas comienza…
Sensibilidad
Humanos demasiado humanos, educastradores y pedagogía pervertida. Todo cabe en un salón sabiéndolo clasificar. Una vez diseñado el plan del ciclo escolar, nada nos puede fallar. La sensibilidad de cada quien es susceptible para el trabajo grupal, las pasiones y los deseos establecen un quiebre con los encargos de la institución, no podemos ser más que la autoridad, el maestro representa eso y más, también él se la juega, o está con el grupo o está con la institución. Al maestro con cariño y al maestro se le terminó el cariño. La institución es dura, cruel, su fantasmática pesa más y no hay vuelta de hoja, necesitamos ponernos la camiseta más vale tarde que nunca, pero si es antes mejor…
Presentimiento
A final de cuentas y después de todo la escuela no es tan mala. Ya papá y mamá decían que era por nuestro bien, no lo olvidemos, ya le agarramos el modo y cada quien puede dar testimonio de su mejor época escolar; para algunos la secundaria, para otros la prepa, la universidad, etc. Claro pues teníamos el presentimiento y la sospecha de que algo bueno sucedería: no solamente sabemos quién es Platón, sino que conocí a mi banda, a mi primer amor, mi primer desamor. Descubrí que algunos maestros son mejor que mi papá y no lo sé, pero en una de esas yo también seré maestro, cada quien presiente y asume, son goces como quiere.
Música
¡Qué rock con la escuela! Desde el espíritu de la tragedia, pasando por el coro y los ditirambos, la presencia de Dionisios amenaza a la institución. La contracultura comienza en lo escolar, rebeldes con causa y sin causa, no hay problema, se trata de aprovechar las posibilidades de la fuga; resistimos musicalmente, pensamos en cómo hacer que la escuela tenga ritmo, necesitamos hacer musical nuestra estancia, con bromas, vaciladas, idas de pinta. Pero también nos damos cuenta que a otros les gusta la misma música que a mí: trovadores, rupestres, punks, darks, cumbiancheros, reggetoneros, etc. El silencio en la escuela es musical…
Poesía
Al principio fue la palabra. Las palabras y las cosas, las metáforas y las metonimias, el significado y el significante, confieso que he vivido, las causas, decir hacer, el aleph, las ruinas circulares, la lengua de las mariposas, la fiesta de la palabra, confieso que he nacido. Somos metáfora de nosotros mismos, sujetos del lenguaje y del inconsciente, de rodillas ante Holderlin poéticamente habitamos el lenguaje, la pedagogía es poesía sin concluir.
Y jamás volvieron a hablar
Stella Cortés Rocha
La mañana era muy fría, el silencio que envolvía la vivienda se colaba por todos los rincones. De repente tres golpes a la puerta rompieron esta quietud.
El anciano reaccionó al oír su nombre del otro lado de la puerta
–¡Basili Dudayev!, ¿no me escuchas, anciano? ¡Abre de inmediato!
El anciano se levantó y abrió la puerta, un intenso golpe de frío lo recorrió, el viento helado le caló hasta los huesos. Basili sintió que el blanco de la nieve le cortaba la cara, miró al hombre.
–Vaya, vaya Nikolai, así que a ti te tocó.
–Llama a Vera, ya es la hora, debemos recoger a Olga...todavía nos espera un largo camino para abordar ese tren.
Basili entró a la vivienda, al fondo pudo escuchar unos sollozos entrecortados.
–Vera, hija, ¿ya tienes todo listo?
En la casi desnuda habitación estaba una joven guardando sus últimas prendas en un gran bolso como de gitana. Al terminar se colocó primero un pañuelo y luego una mascada de lana en la cabeza.
–Ya abuelo, pero ¿por qué yo? Por última vez te lo suplico, ¡explícame!
–No puedo Vera, ¿cómo explicarte esta extraña tradición? Sé que vas a un hermoso lugar, además estando con Olga no te sentirás ni tan sola, ni tan lejos de casa; cuídate y no te olvides nunca de este viejo, de cómo te he querido y te querré siempre.
–Pero ¿entonces? Insistió nuevamente la joven.
–Nada, nada –aquí la voz se le quebró, seguida de un carraspeo–, sólo puedo darte este retrato de la abuela con tus padres que se tomaron en San Petersburgo, antes de llegar aquí. Guárdala bien. Dio unos pasos, se cubrió la cara con una bufanda y tomó a su nieta del brazo.
Finalmente Vera salió, no pudo evitar mirar su casa y el paisaje para guardar en su memoria todas aquellas imágenes.
–¿Ya estás lista Vera?
–Nikolai, ¡no puede ser! ¿Tú, tenías que ser precisamente tú?, ¿por qué? No, yo no me voy...
–No puedes Vera, tú y Olga han sido las últimas elegidas.
–¡Pero es injusto! A mí no me importa la miseria y menos si es contigo.
–Ya lo sabes, son órdenes de arriba, pero piensa que estarás con Olga, tal vez puedas pedirle a alguien que escriba una carta por ti, o tú misma ponerme las pocas palabras que te enseñé, así sabré que eres real, que no fuiste un sueño o una aparición...bueno, ya, debemos irnos.
–Adiós Basili, exclamó Nikolai.
–¡Abuelo, abuelo!, Vera ya no pudo decir más.
Los dos se abrazaron por última vez, Vera no podía parar de llorar y se alejó en silencio.
El ruido de las botas en la nieve era lo único que se oía en medio de ese blanco paisaje, tan, pero, tan solitario.
–Nikolai ¿qué tan lejos queda de Circasia a donde vamos?
–Mira Vera, no lo sé, pero nada más imagínate, hay que cruzar el Cáucaso, muchos países, el gran mar, ¡yo qué sé, no ves que me estoy muriendo! Sólo puedo decirte que el trayecto del Expreso de Oriente es muy largo. Vera, por favor, no perdamos más tiempo.
Unos metros más adelante se veía una joven que esperaba.
–¿Vera? ¿Nikolai? ¿Es que se canceló, ya no nos vamos?
–No Olga, así como las eligieron a ustedes, también lo hicieron conmigo, yo debo conducirlas a que tomen el tren, ¿y tu familia?
–Ya me despedí, tú sabes que no soy sentimental.
–Eso es bueno porque le ayudará a Vera para ser más fuerte.
–Sería más fuerte si te hubieras casado con ella, ¡pero no!, ahora ¡mírala, míranos! Sin saber a dónde vamos ni cómo va a ser nuestra vida.
Olga Ivanova Kapinskia no era de muchas palabras, pero cuando hablaba, aniquilaba a cualquiera. Únicamente Vera, su amiga de la infancia le inspiraba cariño, ternura; era la hermana que nunca tuvo...y bueno, también Dimitri, ¡ay su Dimitri!
El silencio los envolvió y finalmente llegaron al andén, antes de subir, Nikolai dio un gran abrazo a Olga, después descubrió la cara de Vera.
–Cómo te voy a extrañar “barbas”, tus ojos, tu pelo y –suspiró– quiero que te lleves esto de recuerdo.
La tomó en sus brazos y le dio un beso que hubiera sido eterno, a no ser por la voz que dijo su nombre, era el mismísimo cónsul. Nikolai se llevó unos pasos más adelante a Vera, le cubrió la cara y alcanzó a decirle: cómo picas primor. No, ya de veras, cada noche, cuando veas una estrella acuérdate que estoy acá pensando en ti y que te traigo metida hasta las venas y los huesos.
–Cállate Nikolai si eso fuera cierto me habrías hecho tu esposa.
Vera subió rápidamente a buscar a Olga y Nikolai se quedó solo en el andén.
Stavropol, Rostov, nombres iban y venían, hasta que en Moscú, el cónsul, de manera parsimoniosa, se dirigió a ellas que no habían dicho ni palabra.
–Bueno, gentiles damitas nos espera un largo viaje hasta el nuevo mundo, deben sentirse honradas, ustedes son un regalo del zar al presidente de México, sí, ese es el nombre del lugar al que ireís y que será vuestro nuevo hogar...pero ¡qué bonitos ojos teneís!, no sé cuál de ustedes sea Vera Basilievna Dudayeva, ni quien Olga Ivanova Kapinskia, pero no cabe duda que si como teneís los ojos está lo demás, la leyenda es cierta y las circasianas son las mujeres más bellas del mundo. Sólo quisiera saber si lo de las barbas...
Una voz lo sacó de su discurso, ya estaban en Inglaterra y apenas tenían tiempo de tomar el barco.
Las semanas pasaron y de pronto Vera y Olga ya estaban en Veracruz –qué extraños nombres, se decían la una a la otra– el siguiente paso, la Ciudad de México, les diría cuál sería su destino final.
El presidente, de manera muy diplomática agradeció aquel extraño regalo ruso y explicó al cónsul los motivos que le impedían tener aquellas enigmáticas mujeres.
–Mire, dele las gracias al zar y a toda su familia pero aquí en mi casa no puedo tener a estas rusitas. México, es México y aquí el presidente nada más puede tener en su casa a su esposa, usté entenderá...lo mejor será que vivan con mi compadre Manuel, hace tiempo tenía pensado darle un regalito y éste le va a encantar.
Vera y Olga llegaron finalmente a Guanajuato, a casa del general que no paraba de mirarlas y más después de que logró quitarles aquellas barbas que según le habían explicado el cónsul y su compadre, les eran impuestas por la comunidad para que no se las robaran los extranjeros o los hombres que no eran sus maridos.
–¡Ah, Circasia, tan lejana, tan exótica y tan salvaje! –murmuró el general. Mira qué ponerles barbas a estas preciosuras, pero si yo hasta voy a hacer que les hagan una estatua y luego ya veré donde ponerla para contemplarlas siempre, tal vez en esa hacienda a la que le tengo echado el ojo, ¡ay, si tan sólo supiera cómo se llaman!, pero no quieren ni hablarme. En fin, ¡gracias compadre por este regalito!
Los días fueron pasando, de nada servían las atenciones que les daban en aquella casa, ellas no podían ver su belleza y grandeza, ni siquiera disfrutaban la inmensa huerta que rodeaba la propiedad. Poco a poco el brillo de sus ojos desapareció. Habían llegado a un lugar mágico y no podían captarlo, el general las tenía encerradas a piedra y lodo, sólo las quería para él y ellas únicamente podían estar tranquilas cuando él no estaba.
Vera disfrutaba ver las estrellas, eso la hacía recordar a Nikolai, sus palabras, sus besos, si la viera ahora no la reconocería. Olga era feliz sentándose en la fuente de la huerta, ahí, mirando su reflejo en el agua peinaba por horas su largo cabello.
Esos eran los pocos momentos en que se sentían libres, tranquilas. Lástima que las circasianas no pudieron ir al centro, a las fiestas y a los bailes, seguro todos los guanajuatenses las habrían amado. Los decentes, de buena sociedad, habrían sentido realzadas sus tertulias, los cultos habrían sido felices declamándoles poemas, y el pueblo se la habría pasado echándoles piropos, llevándolas a los callejones, a la Bufa; simplemente regalándoles, si no joyas sacadas de las minas, sí unas deliciosas charamuscas de piloncillo y nuez que habrían hecho sonreír a esas rusas.
Olga trataba de hacer fuerte a Vera, estaban en ese país tan lejano, todos hablaban muy raro, así que ni pensar en escapar y volver a Circasia ¿cómo?
Lo único que exasperaba al general era el silencio, no soportaba sentarse a la mesa con dos estatuas vivientes, dos bellezas mudas, impávidas, inmutables, y es que él mismo había provocado ese silencio que se suscitó justo después de que mandó llamar al barbero, antes por lo menos se escuchaban los susurros y las risas entrecortadas.
Esa mañana tampoco la podrían olvidar jamás Vera y Olga, aquel hombre despojándolas de algo tan importante para su persona, ellas lo vieron como un ultraje. Hubieran querido guardar sus barbas en algún lugar pero el general no quiso, más bien ordenó que las tiraran.
–Ni modo mis bellas damitas, así se ven más pero más bonitas, ¡qué Circasia, ni qué nada! Satisfecho se dio la media vuelta y se encerró en la biblioteca a revisar papeles.
Desde ese día, Vera y Olga fueron perdiendo las ganas de vivir, de sentir, de comunicarse, y ambas lo decidieron, lo mejor era dejarse morir, nunca regresarían a su tierra, y jamás volvieron a hablar.
El anciano reaccionó al oír su nombre del otro lado de la puerta
–¡Basili Dudayev!, ¿no me escuchas, anciano? ¡Abre de inmediato!
El anciano se levantó y abrió la puerta, un intenso golpe de frío lo recorrió, el viento helado le caló hasta los huesos. Basili sintió que el blanco de la nieve le cortaba la cara, miró al hombre.
–Vaya, vaya Nikolai, así que a ti te tocó.
–Llama a Vera, ya es la hora, debemos recoger a Olga...todavía nos espera un largo camino para abordar ese tren.
Basili entró a la vivienda, al fondo pudo escuchar unos sollozos entrecortados.
–Vera, hija, ¿ya tienes todo listo?
En la casi desnuda habitación estaba una joven guardando sus últimas prendas en un gran bolso como de gitana. Al terminar se colocó primero un pañuelo y luego una mascada de lana en la cabeza.
–Ya abuelo, pero ¿por qué yo? Por última vez te lo suplico, ¡explícame!
–No puedo Vera, ¿cómo explicarte esta extraña tradición? Sé que vas a un hermoso lugar, además estando con Olga no te sentirás ni tan sola, ni tan lejos de casa; cuídate y no te olvides nunca de este viejo, de cómo te he querido y te querré siempre.
–Pero ¿entonces? Insistió nuevamente la joven.
–Nada, nada –aquí la voz se le quebró, seguida de un carraspeo–, sólo puedo darte este retrato de la abuela con tus padres que se tomaron en San Petersburgo, antes de llegar aquí. Guárdala bien. Dio unos pasos, se cubrió la cara con una bufanda y tomó a su nieta del brazo.
Finalmente Vera salió, no pudo evitar mirar su casa y el paisaje para guardar en su memoria todas aquellas imágenes.
–¿Ya estás lista Vera?
–Nikolai, ¡no puede ser! ¿Tú, tenías que ser precisamente tú?, ¿por qué? No, yo no me voy...
–No puedes Vera, tú y Olga han sido las últimas elegidas.
–¡Pero es injusto! A mí no me importa la miseria y menos si es contigo.
–Ya lo sabes, son órdenes de arriba, pero piensa que estarás con Olga, tal vez puedas pedirle a alguien que escriba una carta por ti, o tú misma ponerme las pocas palabras que te enseñé, así sabré que eres real, que no fuiste un sueño o una aparición...bueno, ya, debemos irnos.
–Adiós Basili, exclamó Nikolai.
–¡Abuelo, abuelo!, Vera ya no pudo decir más.
Los dos se abrazaron por última vez, Vera no podía parar de llorar y se alejó en silencio.
El ruido de las botas en la nieve era lo único que se oía en medio de ese blanco paisaje, tan, pero, tan solitario.
–Nikolai ¿qué tan lejos queda de Circasia a donde vamos?
–Mira Vera, no lo sé, pero nada más imagínate, hay que cruzar el Cáucaso, muchos países, el gran mar, ¡yo qué sé, no ves que me estoy muriendo! Sólo puedo decirte que el trayecto del Expreso de Oriente es muy largo. Vera, por favor, no perdamos más tiempo.
Unos metros más adelante se veía una joven que esperaba.
–¿Vera? ¿Nikolai? ¿Es que se canceló, ya no nos vamos?
–No Olga, así como las eligieron a ustedes, también lo hicieron conmigo, yo debo conducirlas a que tomen el tren, ¿y tu familia?
–Ya me despedí, tú sabes que no soy sentimental.
–Eso es bueno porque le ayudará a Vera para ser más fuerte.
–Sería más fuerte si te hubieras casado con ella, ¡pero no!, ahora ¡mírala, míranos! Sin saber a dónde vamos ni cómo va a ser nuestra vida.
Olga Ivanova Kapinskia no era de muchas palabras, pero cuando hablaba, aniquilaba a cualquiera. Únicamente Vera, su amiga de la infancia le inspiraba cariño, ternura; era la hermana que nunca tuvo...y bueno, también Dimitri, ¡ay su Dimitri!
El silencio los envolvió y finalmente llegaron al andén, antes de subir, Nikolai dio un gran abrazo a Olga, después descubrió la cara de Vera.
–Cómo te voy a extrañar “barbas”, tus ojos, tu pelo y –suspiró– quiero que te lleves esto de recuerdo.
La tomó en sus brazos y le dio un beso que hubiera sido eterno, a no ser por la voz que dijo su nombre, era el mismísimo cónsul. Nikolai se llevó unos pasos más adelante a Vera, le cubrió la cara y alcanzó a decirle: cómo picas primor. No, ya de veras, cada noche, cuando veas una estrella acuérdate que estoy acá pensando en ti y que te traigo metida hasta las venas y los huesos.
–Cállate Nikolai si eso fuera cierto me habrías hecho tu esposa.
Vera subió rápidamente a buscar a Olga y Nikolai se quedó solo en el andén.
Stavropol, Rostov, nombres iban y venían, hasta que en Moscú, el cónsul, de manera parsimoniosa, se dirigió a ellas que no habían dicho ni palabra.
–Bueno, gentiles damitas nos espera un largo viaje hasta el nuevo mundo, deben sentirse honradas, ustedes son un regalo del zar al presidente de México, sí, ese es el nombre del lugar al que ireís y que será vuestro nuevo hogar...pero ¡qué bonitos ojos teneís!, no sé cuál de ustedes sea Vera Basilievna Dudayeva, ni quien Olga Ivanova Kapinskia, pero no cabe duda que si como teneís los ojos está lo demás, la leyenda es cierta y las circasianas son las mujeres más bellas del mundo. Sólo quisiera saber si lo de las barbas...
Una voz lo sacó de su discurso, ya estaban en Inglaterra y apenas tenían tiempo de tomar el barco.
Las semanas pasaron y de pronto Vera y Olga ya estaban en Veracruz –qué extraños nombres, se decían la una a la otra– el siguiente paso, la Ciudad de México, les diría cuál sería su destino final.
El presidente, de manera muy diplomática agradeció aquel extraño regalo ruso y explicó al cónsul los motivos que le impedían tener aquellas enigmáticas mujeres.
–Mire, dele las gracias al zar y a toda su familia pero aquí en mi casa no puedo tener a estas rusitas. México, es México y aquí el presidente nada más puede tener en su casa a su esposa, usté entenderá...lo mejor será que vivan con mi compadre Manuel, hace tiempo tenía pensado darle un regalito y éste le va a encantar.
Vera y Olga llegaron finalmente a Guanajuato, a casa del general que no paraba de mirarlas y más después de que logró quitarles aquellas barbas que según le habían explicado el cónsul y su compadre, les eran impuestas por la comunidad para que no se las robaran los extranjeros o los hombres que no eran sus maridos.
–¡Ah, Circasia, tan lejana, tan exótica y tan salvaje! –murmuró el general. Mira qué ponerles barbas a estas preciosuras, pero si yo hasta voy a hacer que les hagan una estatua y luego ya veré donde ponerla para contemplarlas siempre, tal vez en esa hacienda a la que le tengo echado el ojo, ¡ay, si tan sólo supiera cómo se llaman!, pero no quieren ni hablarme. En fin, ¡gracias compadre por este regalito!
Los días fueron pasando, de nada servían las atenciones que les daban en aquella casa, ellas no podían ver su belleza y grandeza, ni siquiera disfrutaban la inmensa huerta que rodeaba la propiedad. Poco a poco el brillo de sus ojos desapareció. Habían llegado a un lugar mágico y no podían captarlo, el general las tenía encerradas a piedra y lodo, sólo las quería para él y ellas únicamente podían estar tranquilas cuando él no estaba.
Vera disfrutaba ver las estrellas, eso la hacía recordar a Nikolai, sus palabras, sus besos, si la viera ahora no la reconocería. Olga era feliz sentándose en la fuente de la huerta, ahí, mirando su reflejo en el agua peinaba por horas su largo cabello.
Esos eran los pocos momentos en que se sentían libres, tranquilas. Lástima que las circasianas no pudieron ir al centro, a las fiestas y a los bailes, seguro todos los guanajuatenses las habrían amado. Los decentes, de buena sociedad, habrían sentido realzadas sus tertulias, los cultos habrían sido felices declamándoles poemas, y el pueblo se la habría pasado echándoles piropos, llevándolas a los callejones, a la Bufa; simplemente regalándoles, si no joyas sacadas de las minas, sí unas deliciosas charamuscas de piloncillo y nuez que habrían hecho sonreír a esas rusas.
Olga trataba de hacer fuerte a Vera, estaban en ese país tan lejano, todos hablaban muy raro, así que ni pensar en escapar y volver a Circasia ¿cómo?
Lo único que exasperaba al general era el silencio, no soportaba sentarse a la mesa con dos estatuas vivientes, dos bellezas mudas, impávidas, inmutables, y es que él mismo había provocado ese silencio que se suscitó justo después de que mandó llamar al barbero, antes por lo menos se escuchaban los susurros y las risas entrecortadas.
Esa mañana tampoco la podrían olvidar jamás Vera y Olga, aquel hombre despojándolas de algo tan importante para su persona, ellas lo vieron como un ultraje. Hubieran querido guardar sus barbas en algún lugar pero el general no quiso, más bien ordenó que las tiraran.
–Ni modo mis bellas damitas, así se ven más pero más bonitas, ¡qué Circasia, ni qué nada! Satisfecho se dio la media vuelta y se encerró en la biblioteca a revisar papeles.
Desde ese día, Vera y Olga fueron perdiendo las ganas de vivir, de sentir, de comunicarse, y ambas lo decidieron, lo mejor era dejarse morir, nunca regresarían a su tierra, y jamás volvieron a hablar.
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